Érase una vez una niña llamada Martina que tenía la suerte de vivir en un hermoso pueblo de la Alcarria, un pueblo lleno de historia, leyendas y secretos. Cada noche su padre le contaba el cuento de otra niña que, mucho tiempo atrás, vivía hermosas y trepidantes aventuras por las mismas calles donde Martina jugaba con sus amigas. Aquella niña se llamaba Ana de Mendoza y es la protagonista del cuento que hoy traemos, El misterio de la princesa de Éboli. Pilar Tébar y Laura Martínez son las artífices de este bonito proyecto sobre las Leyendas de Cifuentes, cuyo objetivo es acercar a los más pequeños la historia más antigua de este pueblo castellano-manchego. Su manera de recuperar este legado es a través de la adaptación de las leyendas y cuentos de la comarca, que por suerte todavía se transmiten de forma oral de padres a hijos. Será Ana, una niña imaginativa, despierta y alegre, la encargada de narrar las leyendas del pueblo, ilustradas con los originales dibujos de Clara Luna, que mezcla de forma magistral con las antiguas fotos de los lugares más emblemáticos de Cifuentes que transitan la pequeña princesa y sus amigas. Ha sido un gustazo colaborar en la realización de este proyecto, por la sensibilidad y cercanía de sus autoras (Pilar, Laura y Clara), y por lo que tiene de bueno volver a la infancia de vez en cuando.
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Dice Stephen King en el primer prólogo de Mientras escribo:
"Amy […] tenía razón: nunca te preguntan por el lenguaje. A un DeLillo, un Updike, un Styron, sí, pero no a los novelistas de gran público. Lástima, porque en la plebe también nos interesa el idioma, aunque sea de una manera más humilde, y sentimos auténtica pasión por el arte y el oficio de contar historias mediante la letra impresa. Las páginas siguientes pretenden explicar con brevedad y sencillez mi ingreso en el oficio, lo que he aprendido acerca de él y sus características. Trata del oficio con que me gano la vida. Trata del lenguaje." Todo el que escribe se preocupa, en mayor o menor medida, por cómo escribe, por cómo cuenta; todo escritor, diletante o profesional, hace un ejercicio de reflexión sobre el lenguaje, el idioma, el mensaje y su código, el significado y el significante. Todo el que escribe quiere ser leído, comprendido, entendido. Pero no siempre se consigue. Hoy hablamos con el escritor y asesor literario Rodrigo Costas sobre el “oficio” de escribir y, sobre todo, sobre si este milenario oficio realmente se puede o no aprender/enseñar. Como escritor, Rodrigo Costas ha publicado los poemarios De Valera (1995) y Clausura (2007), el libro de relatos Verdades creadas (2016) y la novela En las afueras (2015). Y como asesor, aparte de la asesoría individualiza, imparte talleres y ciclos de lectura, escritura y estructura narrativa aplicada al cine. Isabel García: Cuándo y cómo ingresas en el oficio de escritor, si es que lo consideras tu oficio, y cómo desemboca tu vocación literaria en el acompañamiento a otros escritores a través de tus talleres y asesorías. Rodrigo Costas: Creo que uno es (o no) escritor, y que solo se ingresa en la oficialidad del gremio. Cuestión aparte es el momento en que te das cuenta de que lo eres. Yo fui consciente con doce o trece años, cuando escribí mi primer ensayo (si es que se le puede llamar ensayo a aquella página garabateada en la que explicaba, o me explicaba, cómo el grupo usa la burla para eliminar las diferencias e integrar a los que están fuera). Ni poesía, ni relato, ni diario. Un ensayo; escrito según lo que un crío de doce años puede entender como tal. Y lo cierto es que de aquel inicio tan extraño quedan dos cosas: cuando escribo, me preocupa más lo que digo que lo que cuento; y la relación individuo sociedad sigue siendo uno de los asuntos a los que más tiempo le dedico. En la oficialidad no creo haber ingresado o, al menos, no me consta. Lo de la asesoría llegó de forma casual. Cierto día me encontré aconsejando a un amigo acerca de cómo enfocar un proyecto de novela que le rondaba desde hacía tiempo y para el que disponía de una amplísima documentación. Me sorprendió la cantidad de recursos, de soluciones sobre las que le hablé. Él tenía una buena idea de partida e incluso el material sobre el que trabajar, pero carecía de la técnica y las herramientas con las que darle forma y convertirlo en ficción. En ese momento me di cuenta de que tenía la experiencia y los conocimientos necesarios para ayudar a otros a construir sus propias historias. IG: ¿Se puede enseñar y aprender a escribir? RC: Para empezar, no debería disociarse lectura y escritura. No creo que se aprenda a leer correctamente si no se enseña a escribir correctamente. Me llama la atención que, en los planes educativos, la enseñanza de la lectura y la escritura se plantee como un conjunto (y dentro de una misma asignatura) hasta que llega el momento de pasar de la frase o el texto cotidiano a la ficción, la historia, el ensayo o la filosofía. De pronto, el sistema educativo cambia. Ambas esferas se separan. La lectura se centra en la literatura, la filosofía o la historia, y la escritura permanece anclada en la estructura de la frase, las normas de puntuación, morfología, etc. Por un lado, un repertorio más o menos peregrino de obras y autores; y, por otro, subordinas, copulativas, la sílaba, el diptongo, el verbo… Sin nexo entre ambas esferas. ¿Cómo vamos a comprender un texto literario si lo único que nos explican al respecto es poco más que las figuras retóricas básicas? ¿O cómo entender una obra filosófica si no nos enseñan nada sobre la construcción del texto filosófico? No es solo que se pueda enseñar a escribir (y a leer) ficción, sino que debería hacerse a lo largo de la educación obligatoria. De hecho, imparto talleres tanto de escritura como de lectura y, en ambos casos, acaban siendo talleres mixtos en los que se trabaja, citando a Gracq, “leyendo escribiendo”. Lo que un asesor, o un profesor de escritura creativa, enseña son las técnicas, las convenciones, los recursos, las herramientas, los mecanismos de la ficción. A partir de ahí, entra en juego el talento de cada cual. IG: En Estados Unidos la enseñanza de la escritura creativa hace ya mucho tiempo que está integrada en los institutos y universidades. ¿Crees que los talleres de escritura que han proliferado en nuestro país en los últimos años suplen satisfactoriamente las carencias del sistema educativo? RC: Lo que hacemos aquí es poco más que un parche. ¿Cuánto de, por ejemplo, el auge de las series de televisión de producción USA, o incluso británicas, tiene que ver con esta integración de la que hablas? Porque ya no es solo que se haya oficializado la enseñanza de la narrativa, sino también de la poesía, el guión, etc. Y, además de los posgrados de escritura creativa de las universidades, en Estados Unidos abundan las escuelas y talleres no asociados a la enseñanza oficial. La oferta es inmensa. Gran parte de la influencia cultural estadounidense es fruto de su potencia económica, pero hay otra parte que está íntimamente vinculada con la importancia que le han dado a la formación en producción cultural. El único punto oscuro es la homogeneidad. El peligro de que se formalice un “estilo” y que eso favorezca la corrección en perjuicio del riesgo creativo. IG: ¿Cuáles son las principales motivaciones de los escritores que solicitan tu ayuda? ¿Cómo y por qué deciden dar el paso y ponerse en tus manos? RC: Está el autor que busca una opinión experta antes de enviar su obra a editoriales, agentes o premios. Está aquel que tiene una vida rica en experiencias que quiere convertirla en una ficción interesante. El profesional de cualquier campo que se ha dado cuenta de que una parte de ese mundo que conoce esconde una novela. El lector, especialmente interesado en algún género concreto, que quiere dar el salto al otro lado del texto. El periodista que siempre había querido compaginar su labor profesional con la escritura de ficción. El historiador que de vez en cuando necesita inventarse una parte de la historia… Pero en un momento dado, son conscientes de que les faltan conocimientos sobre narrativa. Ser un buen lector es útil (mucho), pero, al haberse escindido lectura y escritura, tal y como decía antes, no garantiza que se tengan los recursos necesarios para cambiar de lado, pasar de receptor a emisor. De pronto descubren que debe de haber cosas que desconocen, y esto es lo que buscan; alguien que los forme y los guíe. Lo mismo nos ocurriría a cualquiera de nosotros si quisiéramos pasar de ver una película a dirigirla. Nos daríamos cuenta de que, por grandes cinéfilos que fuésemos, nos faltaría la formación necesaria para llevarlo a cabo. Eso sí, lo más importante es que haya una motivación muy fuerte, de peso. Porque escribir requiere esfuerzo y dedicación. Sin una motivación adecuada, el trabajo quedará a medias. IG: En tu web www.rcostas.com explicas que tu labor como asesor es ayudar al escritor a afrontar y culminar su proyecto narrativo. Sé de buena tinta que para muchos empezar es fácil y terminar es imposible o impensable. ¿Cuáles son los principales escollos a la hora de concluir satisfactoriamente (o no) una obra de ficción? RC: Aparte de la falta de una motivación suficiente (algo que me es imposible combatir), a lo largo del proceso suelen aparecer algunos problemas. Y ahí es donde puede aportar algo un asesor. El primero es desarrollar la idea de partida. Esto es crucial. Solemos empezar con poco más que una frase. Algo sobre un personaje o una situación concreta o un tema o la necesidad de contar nuestra propia vida en forma de ficción, etc. Cosas muy vagas. En el caso que cité al principio, a pesar de toda la documentación de la que hablaba (que se podría equiparar con el relato autobiográfico), la idea inicial no pasaba de un contexto y un protagonista. Para que eso se convierta en novela, por ejemplo, hay que darle cuerpo. Otro problema muy corriente es de estructura. En muchas ocasiones la persona que te consulta ha empezado a escribir la historia y a las veinte, treinta páginas, se detiene. No sabe cómo seguir. Y la cuestión no es cómo seguir sino cómo construir el relato. Personaje, trama, punto de vista y un largo etc. El tiempo o la fase de corrección también son problemas típicos. Gran parte de los escritores y de los que se ponen a escribir por primera vez no disponen del tiempo que desearían para ello. Hay que saber utilizarlo para que el trabajo no se vuelva lento y pesado. Y, una vez terminado el primer borrador, hay que aceptar que la obra aún no está terminada. Hay que corregir, retocar, pulir... Y podríamos continuar con la lista porque, en realidad, es tan larga como novelas publicadas. IG: ¿Qué viene después de escribir un libro? ¿Un concurso literario, contactar con un agente, enviarlo a una editorial, autopublicarlo, colgarlo en Internet, escribir otro? RC: Cualquier opción es legítima. El problema es que el camino que hasta ahora venía siendo habitual (concursos, agentes, editoriales convencionales) es cada vez más restrictivo, por eso los servicios de autopublicación son tan necesarios… En el caso de libros con un cierto perfil comercial, la autopublicación puede ser un fantástico medio de promoción y una entrada directa al centro del mundo editorial. IG: Tú has publicado ya una novela, un libro de relatos y dos poemarios. ¿Cómo valoras tu experiencia con la industria editorial? RC: He tenido la suerte de haber caído en manos de un editor que estima lo que hago. Me costó encontrarlo y pago el precio de apenas si tener difusión. Pero esto me permite asumir muchos riesgos a la hora de trabajar. Escribo lo que creo que tengo que escribir, lo que creo que debe ser escrito, sin pensar en las consecuencias, en el resultado. Mis libros solo podrían ser un fiasco en la medida en que no fuesen necesarios, en que no aportasen nada. No considero otro criterio. Pero me estoy desviando de la pregunta. Desde mi punto de vista, la industria editorial en su conjunto, salvo algunas excepciones, es extremadamente conservadora. Y no me refiero a la política, sino al dinero. Son conocidos los muchos casos de escritores que se vieron forzados a autopublicarse y que, gracias a haber tenido un éxito de ventas a través de Amazon y demás, llamaron la atención de alguna gran editorial que, inmediatamente, les encargó una obra del mismo tipo. Es decir, les pidieron que escribieran una novela semejante a la que habían rechazado solo unos meses atrás. Si no asumen riesgos con la narrativa comercial, ¿cómo los van a asumir con la literatura? Pero no es algo que me sorprenda, la industria cultural es una gigantesca máquina de producir. IG: Para terminar, ¿qué libro sobre el oficio de escribir recomiendas en tus sesiones y talleres? RC: En mis talleres me niego a recomendar un solo libro y me niego a recomendar solo libros sobre el oficio de escribir. Si sé algo de ficción es gracias a leer y leer, tanto sobre ficción en sí como sobre lenguaje, tanto manuales confeccionados para la enseñanza de la escritura creativa como reflexiones sobre el arte de la literatura escritas por grandes autores. Así que no me ciño al esquema de esta o aquella escuela. Diseño los talleres o lo ciclos según mi propio criterio acerca de qué cuestiones son fundamentales para escribir una obra de ficción. Las recomendaciones vienen al final. Terminado el taller, ofrezco una bibliografía para que los alumnos se sigan formando y consoliden lo que hayamos explicado. Y otro aspecto que dejo al margen es cómo escribo mis propias obras. Considero que el trabajo del profesor o del asesor es enseñar las herramientas para que cada alumno, cada autor, las use a su manera, según sus propios criterios. No enseño mi forma de escribir. Trato de no ser una influencia en ese sentido. Expongo mis conocimientos, ordenados de lo más sencillo a lo más complejo; no mi forma de usarlos. Hace unos días tuve la oportunidad de charlar con el escritor y asesor literario Rodrigo Costas acerca de algunos temas relacionados con mi labor como editora. El resultado fue la entrevista publicada en su web que podéis leer a través de este link: Autopublicación. De tuercas y letras: entrevista con la editora Isabel García.
Fue un ejercicio interesante que me permitió, además de explicar nuestro proyecto en Cuarto de Letras y Nuevos Textos, profundizar en nuestro ideario como empresa de servicios editoriales y publicaciones personales. Recuerdo que hace tiempo, cuando preparábamos el diseño y el contenido de esta web, incluimos una declaración de intenciones en diez puntos, nuestro decálogo. De aquellos diez puntos, todos prevalecen hoy en nuestra manera de trabajar, pero uno se ha convertido en nuestra razón de ser: si no hay corrección no hay edición. Os invito a leer la entrevista y a conocernos un poquito más. |
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Diciembre 2017
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